“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.” 1 Corintios 6:9-10.
Nosotros que estamos viviendo hoy en día somos testigos del colapso más grande de la moral desde el alba de la era moderna. La homosexualidad, el pecado “escondido,” en años recientes ha emergido como un estilo de vida aceptable y una fuerza poderosa en la arena política. Entre todos los pecados morales, anteriormente éste fue considerado el más vil, siendo contrario a la biología física y antinatural. Hoy cientos y miles públicamente ostentan y desfilan por las calles. Las leyes en las naciones civilizadas son promulgadas para castigar a cualquiera que hable en contra de esa práctica.
En la luz de estos desarrollos, ¿qué ha de hacer el pueblo temeroso de Dios? ¿Es acaso el tiempo “de encajar con los tiempos” y reexaminar nuestra teología? ¿Deberíamos de interpretar la opinión bíblica sobre el tema bajo la luz de las construcciones sociales modernas y la psicología? ¿Acaso debería ser nuestra guía en este asunto la ley del país? A pesar de que se está convirtiendo rápidamente impopular decirlo (y en algunos lugares incluso francamente peligroso), la homosexualidad todavía es pecado. Tan seguro como que la Palabra de Dios es verdad, su veredicto sobre este asunto es claro y no ha cambiado con los tiempos:
“No te echarás con varón como con mujer; es abominación.” Lv. 18:22. “Y cualquiera que tuviere ayuntamiento con varón como con mujer, abominación hicieron…”
Lv. 20:13. También ver Gn. 19:4-8, Jue. 19:22-25, Ro. 1:24-27 y 1 Ti. 1:10 en contexto.
Malicias en las alturas
San Pablo nos dice en Efesios 6:12 que nuestra batalla es contra malicias espirituales en las alturas. Sus palabras no pudieran haber sido aplicadas más aptas para nuestro tiempo. No sólo estamos peleando con malicias en el reino espiritual, sino también en las mismas instituciones que deberían de proteger la moralidad–la así llamada iglesia y el estado. En cuanto a la pregunta de la homosexualidad, ambos se están convirtiendo rápidamente en víctimas de impiedad y actitudes de intolerancia hacia cualquiera que se atreve a mantener el punto de vista bíblico sobre su pecaminosidad. Varias denominaciones protestantes han cedido sobre este tema, aceptando esto como una preferencia sexual normal y ordenando abiertamente al clero homosexual. La iglesia episcopal, metodista, y presbiteriana son algunos de los así llamados cuerpos cristianos de hoy en día que toleran esa práctica.
En cuestión al estado, el matrimonio homosexual recientemente ha sido defendido por el presidente estadounidense Barack Obama, y está tomando tremendos pasos en los sistemas legales en los Estados Unidos y otras naciones occidentales. En algunos ya ha sido legalizado. Los cristianos, acusados de intolerancia por no aceptar la práctica abominable con brazos abiertos, están perdiendo sus derechos de libre expresión en este asunto. Los homosexuales, lesbianas, bisexuales y personas transgeneradas pueden desfilar por la ciudad, y es considerado como un triunfo para los derechos humanos. Pero si cristianos se reunen para expresar su opinión son representados como inflexibles sin esperanza defendiendo ideas anticuadas y mojigatería victoriana.
Pero silenciar la voz de la razón y piedad sobre este tema no cambia la verdad eterna de Dios. La homosexualidad todavía es pecado.
¿Homofobia?
En respuesta a los sentimientos justamente negativos de la gente hacia la homosexualidad, aquellos que escogen de participar en ese estilo de vida han acuñado un término–homofobia. Con esta etiqueta tratan de reducir la verdad razonada sobre su conducta antinatural y atracciones a un mero temor. Ellos aplican este término a cualquiera que se les opone, como si sufrieran de una paranoia de algo que ellos no entienden racionalmente. Éste es un nombre penosamente equivocado. Los que se oponen a la homosexualidad no tienen temor a hombres ni a mujeres, independientemente de sus pecados. Nosotros quisiéramos que fueran libertados del pecado y pudieran vivir para el propósito sublime por el cual fueron creados. Quisiéramos como dice Pablo, “presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Col. 1:28). No, no somos homofóbicos. Nos arriesgaremos a cometer lo que ellos llaman el crimen de odio para arrebatar almas de la perspectiva del infierno. Esto es valor, no temor. Es verdadero amor por hombres y mujeres, no odio.
Esta apelación es sólo un ejemplo más de los que se echan con varones tomando un término fuera de contexto para cumplir sus propósitos. El término “gay” antes era una palabra común para jovialidad o alegría. Ahora, se aplica para denotar a alguien que practica el estilo de vida homosexual. El término homosexual se les hizo de sabor amargo por haber tenido durante muchos años una connotación negativa. Incluso en América, los medios de comunicación han tomado esta guerra de palabras al lado de la homosexualidad. Ellos invariablemente se refieren al heterosexual como “heterosexual.” Pero cuando hablan de los homosexuales, casi siempre se refieren a ellos como “gay.” ¿Por qué? Para tratar de quitar el reproche del pecado. En esto ellos fallan. Aquellos que practican la homosexualidad no son “gay” en el sentido original. “No hay paz, dice mi Dios, para el impío.” (Is. 57:21). Y el alma sin paz es infeliz y miserable. Este estilo de vida todavía es pecado, no obstante los medios de comunicación liberales y la opinión pública.
Si la verdad fuera conocida, hay pocas personas tan temerosas e intolerantes como los defensores de la homosexualidad. Ellos quieren libertad de expresión, pero buscan activamente refrenarla en otros. Los cristianos en los Estados Unidos se enfrentan a la perspectiva real de crímenes de odio en la legislación siendo usada contra ellos respecto a este asunto. Los cristianos en otros países ya han pagado este precio. ¿Quién en verdad es intolerante?
Su propia versión
Bien pudiéramos reexaminar nuestra teología o interpretación de los textos bíblicos, pero, si somos honestos con Dios y con nosotros mismos aún llegaríamos a la misma conclusión. Homosexualidad todavía es pecado, y ninguna relación de esas es ordenada, bendecida, ni aceptada por Dios nuestro Creador.
Aún así, en su desesperación para justificar sus prácticas pecaminosas, los defensores de la homosexualidad realmente han publicado su propia versión de las Escrituras, llamada Queen James Version. En las palabras de los editores, ellos “editaron aquellos ocho versos [los cuales tratan con la homosexualidad] de tal manera que la interpretación del homófobo sea imposible.” Pues, sus meras palabras comprueban la deshonestidad de su trabajo. ¿Acaso alguna traducción de la Biblia se ha expuesto por sí misma tan obviamente parcial a un punto de vista mundial en particular? Ni aun los testigos de Jehová son tan francamente honestos de las intenciones de su traducción. Es lo mismo que decir, “¡nosotros a propósito torcimos las palabras de estos versos para decir lo que queremos que signifiquen, y así ya no los pueden usar contra nosotros!” Pero la Palabra de Dios está establecida en el cielo para siempre. Cualquiera puede cortar y pegar, arreglar o francamente agregar y quitar todo lo que él o ella quieran, pero eso no cambia lo que Dios originalmente dijo. Homosexualidad todavía es pecado.
La conclusión del tema
La iglesia de Dios es la única esperanza para un mundo empeñado y sumido en inmoralidad e ignorancia voluntaria. Esta verdad, de la cual ella es columna y apoyo, permanecerá para siempre. Cuando los activistas orgullosos, votantes y jueces de la tierra perezcan en el derrocamiento definitivo de todas las cosas humanas, y cuando sus cámaras legislativas elevadas se desmoronen en caos y polvo, la verdad y aquellos que la obedecen, permanecerán. Si la homosexualidad todavía es pecado (y tenemos la seguridad por la inmutable Palabra de Dios que sí lo es) entonces multitudes están destinadas a perderse por ello. No nos atrevemos a suavizar nuestra postura sobre el tema. No nos atrevemos a hacer que la ley del país o las nociones equivocadas de psicólogos y apologistas pecaminosos sean nuestro punto de referencia para la interpretación de la verdad bíblica. Tenemos que arriesgar los epítetos y el ataque militante de sus proponentes para predicar la verdad. Con la ayuda de Dios lo haremos.