La doctrina de un reino de mil años con Cristo en la tierra crea de nuevo el problema de la superioridad étnica. Jesús vino a derribar la pared intermedia de separación que mantenía a la humanidad dividida en campos hostiles–la pared entre judíos y gentiles. Es el propósito eterno de Dios “que en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, había de reunir todas las cosas en Cristo, así las que están en el cielo, como las que están en la tierra, aun en Él”. (Efesios 1:10). El cumplimiento de los tiempos nos es localizado por Pablo en Gálatas 4:4: “Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, hecho de mujer, hecho bajo la ley”.
Desde entonces, todas las distinciones nacionales, raciales, sociales, políticas y económicas entre las personas se pierden cuando los hombres y las mujeres aceptan la misericordia de Dios que Él ofrece a través de Su Hijo unigénito, nuestro Salvador. “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3:28).
Un nuevo tipo de Israel ha nacido desde que Jesús dio Su vida como rescate por el pecado. El antiguo Israel que estaba compuesto por aquellos que nacieron como judíos físicamente ha sido, desde la muerte de nuestro Señor en la cruz, despojado de privilegios especiales y rebajado al nivel común de toda la humanidad. Pablo dice a todos los que quieren revivir esa distinción étnica: “Porque no hay diferencia entre judío y griego; porque el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan” (Romanos 10:12).
Un judío como tal no tiene más posición ante Dios que cualquier otro pecador, “porque Dios encerró a todos en incredulidad, para tener misericordia de todos” (Romanos 11:32). Se nos dice que “no es judío el que lo es por fuera… sino que es judío el que lo es en el interior” (Romanos 2:28-29). El nuevo nacimiento mediante la fe en Jesucristo hace una nueva criatura que, con otros de naturaleza espiritual semejante, forman el “Israel de Dios” del Nuevo Testamento (Gá 6:15-16).
El reino de Dios, por lo tanto, se basa sobre un pueblo espiritual compuesto tanto de judíos como de gentiles que han sido salvos por la preciosa sangre de Cristo. Éso es el “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido” (1 Pe. 2:9) de quien Pedro habla. Tales personas redimidas son “piedras vivas, sois edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales”.