Cohetes espaciales, comunicaciones globales inalámbricas, inteligencia artificial, sólo por nombrar algunas cosas. ¡La humanidad ha alcanzado logros aparentemente divinos! Mágicos, espirituales y poderosos, ¡porque somos semejantes a Dios!
En Génesis 1:27-28, leemos que el hombre fue creado a imagen de Dios y recibió el poder y la comisión de someter, cultivar y dominar toda la tierra y todo ser viviente que la habita.
Cuando el hombre se rebeló contra Dios, esencialmente se escapó con las capacidades y el poder que Dios le había otorgado, dándole a Satanás acceso a esto. Él tomó el poder dado por Dios y abusó de éste, animando y empoderando en el mundo una estructura diferente a la que Dios había previsto. La Escritura lo llama la corriente del mundo, o el orden o sistema.
En Génesis 11, Dios contempló a la humanidad en un esfuerzo unificado construyendo una torre en rebelión contra Él. “Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; y han comenzado a obrar, y nada les retraerá ahora de lo que han pensado hacer”.
Si Él no los dividiera, ellos podían ser capaces de lograr cualquier cosa que imaginaran. ¡Imagina eso! ¡Qué poder!
¿Qué ha logrado este poder fugitivo? ¡Grandes cosas! Pero ha sido contaminado y puede ser una maldición. Por cada paso adelante en el desarrollo y la modernización de la civilización, avanzamos dos pasos en la sofisticación y el refinamiento del mal.
El problema no es que el poder sea maligno. El problema es cuando el poder es un poder descontrolado. Desconectado de su fuente original, se corrompe y pervierte, y se vuelve inimaginablemente destructivo.
Esta sociedad ha sido moldeada por el mensaje individualista y autodeterminista del protestantismo, que es el mismo mensaje de la serpiente en el huerto: “Seréis como dioses”, sin estar sujetos al Dios Todopoderoso.
Puedes usar tu poder divino para construir tu propio reino. Puedes elegir cómo se usa tu poder. Al fin y al cabo, es tu poder.
El mundo “cristiano” ha adoptado esta doctrina de corazón. Puedo ser cristiano y elegir qué haré con mi vida, mis talentos, mi negocio, mi dinero, MI poder.
La verdad es que se nos ha dado el poder de elegir. Podemos elegir cómo usaremos nuestro poder. Pero no tenemos la opción de ser cristianos y controlar nuestro propio poder. Es imposible que nuestro poder sea independiente de Dios sin que se corrompa y, finalmente, se desperdicie.
“Tu pueblo estará dispuesto en el día de tu poder”. Salmo 110:3.
Varias profecías predicen una gran manifestación del poder y la gloria de Dios en la tierra cerca del fin de los tiempos, como nunca antes (Apocalipsis 16:17-18). ¡Una gran iluminación! El mundo cristiano espera esto, mientras cada individuo conserva el control de su propio poder.
Lo cierto es que el día de la revelación del poder de Dios no está separado de Su pueblo. “Tu pueblo estará dispuesto”. Esta disposición no es una ofrenda de recursos como tiempo o dinero. Es un sacrificio vivo de todo el ser y potencial de uno hacia Dios–mente, cuerpo y espíritu; una entrega total de toda la voluntad y las capacidades de uno.
La gloria de Dios se revelará simultáneamente con la entrega de nuestro poder colectivo como cristianos a Dios: con la unificación del poder de todos los creyentes en un solo esfuerzo. Si Dios vio que la unificación del poder rebelde en la construcción de la Torre de Babel era ilimitada, ¡cuánto mayor será la entrega total y la unificación del poder de quienes verdaderamente aman a Dios!
Aquí radica la dificultad. ¿Cómo podemos entregar verdaderamente nuestro poder a Dios y unificarlo con el poder de todos Sus hijos? Dios ha construido un marco, un gobierno y una morada para Su poder: un lugar donde podemos entregarle nuestro poder.
“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común”. Hechos 4:32.
No es casualidad que la iglesia en Hechos presenciara un gran derramamiento del poder de Dios. Eran un pueblo dispuesto a entregarle a Dios todos sus poderes redimidos, y todo lo que poseían, incluso sus propias vidas. Cristiano, ¿podemos hacer menos?