“Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”. Génesis 4:10.
En una pequeña ciudad de un país devastado por la guerra, una familia se acurruca alrededor de las ruinas de lo que alguna vez fue su hogar, llorando sobre los escombros que representan la historia acumulada de generaciones. Sus mentes se inundan de recuerdos, sus corazones rotos lloran, “¿Por qué? ¿Por qué nosotros? ¿A alguien le importamos?”
Tumbado en un apartamento mugriento, mirando con ojos rojos la miseria en la que se ha convertido su vida, un drogadicto coge la jeringa. Sabe que lo que está a punto de hacer sólo le dará un alivio temporal, pero lo único que le espera es un breve escape de la realidad. Mientras introduce la vil sustancia en una aguja oxidada y busca una vena, recuerda su viaje hacia la adicción. Recuerda la primera vez que su médico le recetó oxicodona, las promesas de alivio del dolor y su desesperada búsqueda de un reemplazamiento cuando de repente se le negó la receta. Presiona el émbolo hasta el fondo y, mientras cae en el olvido, su último pensamiento es, “¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿A alguien le importo?”
En una sucia esquina de una gran ciudad, rodeada del ajetreo y bullicio de la vida urbana, una mujer se encuentra sola. Se odia a sí misma por lo que está a punto de hacer, pero aún oye los clamores de sus hijos hambrientos y la llamada telefónica amenazadora de su propietario esa misma mañana. Desea encontrar un trabajo honrado, pero sus anteriores delitos le han valido un rechazo tras otro. Ve que el Cadillac dobla la esquina y frena. Adopta una pose provocativa, revela un poco más de piel y se acerca al hombre adinerado que ocupa el asiento del conductor. Intercambian unas palabras y ella sube al asiento del copiloto. Conducen hasta un hotel barato. Más tarde, esa misma noche, con la cara ardiendo de vergüenza, camina cansada de vuelta a casa con sus hijos hambrientos. Su alma grita, “¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿A alguien le importamos?”
Una niña de 12 años llora en la cama de un apartamento de lujo. Años de abusos por parte de su adinerado padre le han pasado factura. Un escalofrío involuntario recorre su cuerpo cuando oye cerrarse la puerta principal. Sabe muy bien lo que se le viene encima, los impulsos animales que seguramente están poseyendo a su padre. La presión en su pecho aumenta y en un momento de desesperación, coge un cuchillo y se lo pasa por las muñecas. Mientras el mundo que la rodea se desvanece, mientras ella es llevada a la eternidad, su mente desvanecida repite el mantra de su vida: “¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿A alguien le importo?”
Esto, querido lector, no es una obra de ficción. Estos escenarios están ocurriendo en tiempo real incluso mientras lees estas palabras. Millones de almas caminan solas, siempre buscando a alguien dispuesto a luchar a su lado. Abundan las organizaciones que prometen ayuda y refugio. Y sin embargo, aun estos sistemas están fallando y desmoronándose.
Los individuos que deciden el destino de los que luchan, los que controlan el dinero, no se ven afectados por las luchas comunes de la llamada “clase baja”. En las altas esferas de la sociedad se sientan en asientos dorados, llenándose los bolsillos, beneficiándose de las luchas de los pobres, y todo ello mientras prometen el cambio. Hombres malvados que cometen actos criminales a cada paso, condenan a otros a sentencias de por vida.
Palabras no alcanzarían para describir la infinita maldad que abunda en nuestro mundo. Podríamos seguir hablando de guerras innecesarias que sólo están alimentadas por la codicia y el dinero, sobre el racismo sistémico y la opresión en nuestro sistema judicial, nuestras cárceles que están llenas de los injustamente condenados, los juzgados improcedentemente. Podríamos relatar las historias de quienes han sido víctimas de abusos, violaciones, torturas y asesinatos mientras las empresas estadounidenses y los poderosos hacen la vista gorda, porque su lugar y su nación podrían verse perjudicados si se pusieran del lado de los oprimidos. Podríamos considerar a las celebridades que son difamadas, públicamente acusadas y humilladas cuando dicen la verdad o exponen la oscuridad inimaginable que se esconde a la vuelta de cada esquina. Verdaderamente el pecado ha alcanzado un crescendo, la maldad ha madurado completamente y según todas las apariencias, el diablo está en la cima del poder.
Pensamos en las palabras de Apocalipsis 17, que hablan de una gran ramera, bebiendo y saboreando de las abominaciones y la sangre de los santos y mártires de Jesús. Ella no sólo es culpable de la sangre de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, sino que es responsable de toda la opresión, derramamiento de sangre y sufrimiento que vemos por todas partes. Y bien podemos clamar con toda la humanidad, “¿Por qué? ¿Por qué nosotros? ¿A alguien le importa?”
¿Quién, oh quién, pondrá fin a este reino de tinieblas establecido desde hace tanto tiempo? ¿Hay alguien que se enfrente a los reyes de la tierra, sin miedo a las repercusiones, y diga las cosas como son? ¿Se permitirá que estos hombres, organizaciones y corporaciones malvados sobresalgan en la maldad, aumentando en poder y control hasta que todos caigamos presa de sus artimañas? ¿Debemos acobardarnos de miedo mientras nos destrozan la vida delante de nuestros propios ojos? ¿Nunca más tendrá la sociedad valores fundamentales que sean justos? ¿Se seguirá lavando el cerebro a nuestros queridos hijos y secuestrando su pensar? ¿Debemos simplemente admitir que estamos derrotados, tumbarnos y aceptar este abuso?
Lector, te aseguro que estos actos, estas obras malvadas, cada infierno individual en la tierra no ha pasado desapercibido. Hay un Dios justo en el cielo que todo lo ve, todo lo oye y todo lo sabe. Él es la esencia de la justicia, que habita en el amor eterno por los oprimidos y el odio eterno por todas las cosas malas. Se está escribiendo un libro, un registro indeleble de cada idea, pensamiento y acción malvada escrito por el mismo dedo del Dios Todopoderoso. Así como la sangre de Abel clamó desde la tierra y llamó la atención de Dios mismo, así los actos malvados, perversos y viles de épocas pasadas han surgido ante Él y Él lo nota. A medida que el pecado alcanza un último punto culminante final, un final dramático, la ira del Santísimo crece hasta el punto de estallar. No pienses que la tardanza del Señor se debe a la indiferencia. Al contrario, el juicio aumenta en proporción directa a la maldad, y será repentino, rápido y seguro.
“Por tanto, dice el Señor…Ea, tomaré satisfacción de mis enemigos, me vengaré de mis adversarios…Restituiré tus jueces como al principio, y tus consejeros como de primero…Sión con juicio será rescatada”. Isaías 1:24-27.
¡Jueces como al principio! ¡Oh, qué gloriosa seguridad! ¡Oh, qué palabras tan consoladoras! Gracias a Dios, ha llegado el tiempo en que volvemos a tener jueces justos. Nuestros apóstoles del tiempo vespertino están ahora con la carga de un Dios airado. En sus manos tienen todos los juicios del Altísimo. En sus corazones arde la justa indignación, encerrado en sus huesos está el fuego de la ira de Jehová. Ellos se mantienen firmes en la autoridad de la Palabra de Dios, e imponen juicio a todo el tiempo. Mediante el espíritu de profecía, son capaces de reconciliar la línea de tiempo de la humanidad.
Impávidos, juzgan con valentía al poder tiránico. Como líderes de un ejército militante, mediante la predicación de la Palabra de Dios, asestan golpes debilitadores a los poderes satánicos que oprimen a las masas indefensas. Desenmascaran las mentiras antiguas, la corrupción y el engaño que han existido durante tanto tiempo y, en lugar de ello, acogen suavemente con sus manos amorosas los rostros abatidos de los maltratados, guían hacia arriba los ojos llenos de lágrimas y muestran al mundo un camino mejor.
Para que no te preocupes que se trate de otro intento destinado al fracaso, ten la seguridad de que este juicio ya ha alcanzado un impulso imparable. ¡Levanta los ojos y mira a tu alrededor! El sistema, aceptado durante mucho tiempo como inmovible, incluso ahora tiembla. La confianza en los gobiernos del mundo está bajo mínimos. Nunca más podrán engañar a la gente para que les acepte como los salvadores de la humanidad. Las corporaciones se desmoronan a un ritmo sin precedentes, a medida que salen a la luz prácticas empresariales corruptas. Los políticos han llegado a ser el hazmerreír del hombre común.
¡Caída es Babilonia y sigue cayendo! El humo de su incendio aumenta cada día. ¡Y mientras los reyes de la tierra se lamentan de su desaparición, nosotros volvemos nuestros ojos a los salvadores que han venido al monte de Sión (Abdías 1:21)!
Mientras nos preparamos para una batalla final en esta guerra milenaria, nuestros gritos de guerra se mezclan con gritos de alegría, nuestros gemidos fatigosos se mezclan con risas y una danza se cuela en la ordenada marcha de la batalla. Continuaremos moviéndonos de victoria en victoria, con nuestros oídos atentos al inevitable sonido de la Trompeta Final del Señor, cuando nuestro victorioso Líder regrese, dejemos nuestra armadura y nos reunamos con Él en el aire. Mientras ascendemos a nuestra recompensa eterna, una mirada retrospectiva revelaría que de este viejo mundo no quedan más que ruinas ardientes, un testamento final de la futilidad de todos los planes bien trazados de nuestro viejo adversario, Satanás mismo.
¡Oh, Señor mío, apresura ese día!