A lo largo de la historia, la vida de las mujeres ha experimentado cambios significativos. Estos cambios son tan radicales que, en muchos sentidos, la mujer moderna tiene poco en común con sus antepasadas. Ya no lavamos la ropa a la orilla del río, ni llevamos agua a casa desde los pozos, ni dependemos de electrodomésticos manuales en la cocina.
Pero las diferencias abarcan mucho más que los avances tecnológicos que han cambiado nuestras vidas. La sociedad en su conjunto, y el lugar de la mujer en ella, ha evolucionado drásticamente a lo largo del tiempo. Pero independientemente de lo trascendental que haya sido el cambio en la vida de las mujeres, una cosa se ha mantenido igual a lo largo del proceso.
Las mujeres de todas las edades y a lo largo de la historia han anhelado ser bellas y deseadas. La búsqueda de la belleza está en la raíz del corazón de una niña. Las niñas pequeñas son desinhibidas en su anhelo de ser admiradas. Dando vueltas en sus faldas, con ojos radiantes y expectantes, preguntan abiertamente, “¿Soy bonita?” Y aunque este deseo manifiesto de ser bella y atractiva se disimula con la edad, en lo más profundo de cada mujer, el anhelo de ser considerada bella nunca se extingue.
La búsqueda de la belleza ha dado lugar a una gran cantidad de métodos de embellecimiento. Estos métodos suelen ser extremos. Vendar los pies, ingerir arsénico, usar dispositivos para hacerse hoyuelos, aplicar lociones radiactivas y tatuar o perforarse la cara y el cuerpo son sólo algunas de las formas en que las mujeres han intentado alcanzar un estándar de belleza de una sociedad en el pasado. Pero los métodos de embellecimiento de hoy en día no son menos extremos. Hoy en día, no sólo estamos dispuestas a pasar por el quirófano, recibir inyecciones rutinarias o implantar objetos extraños en nuestros cuerpos para intentar alcanzar los estándares de belleza de la sociedad, sino que ahora también sentimos la necesidad de usar la IA para mejorar nuestra apariencia mediante diversos filtros de belleza. Parece que las mujeres harían cualquier cosa para alcanzar el objetivo de la belleza.
Pero la disposición a someterse a medidas tan drásticas para lograr la belleza no proviene del deseo inocente e innato dado por Dios de ser bellas. Más bien, esta disposición proviene de una intensa presión social para ajustarse al ideal actual. Las mujeres se enfrentan a una presión desmesurada para lograr una apariencia específica que las haga deseables.
Uno de los problemas con el intento de cumplir con los estándares de belleza de una sociedad es que la apariencia buscada cambia constantemente. Mientras que algunas mujeres han anhelado una piel más pálida, otras se han sometido a la radiación UVA para lograr un tono bronceado. Antiguamente, la mujer ideal era rellenita, con caderas anchas y pechos pequeños. Esto contrasta marcadamente con los estándares de belleza de los últimos años. Las técnicas de maquillaje de moda–colores de cabello, forma de cejas, por no hablar de la moda en ropa y accesorios–también cambian constantemente. El resultado es un mundo de mujeres que buscan la belleza de forma incesante y dolorosa, con tanta evasiva como si persiguieran la proverbial zanahoria y el palo.
La presión por alcanzar el estándar actual de belleza es tan intensa que el mundo se sorprende cuando una mujer es capaz de resistir su influencia. La reciente decisión de Pamela Anderson de aparecer sin maquillaje es un ejemplo de ello. El hecho de que aparezca en público tal como es ha sido noticia internacional. ¡Qué extraño vivir en un mundo donde presentarse sin maquillaje se considera un acto de valentía extraordinario!
Tristemente, esta presión para ajustarse a un ideal de belleza específico va mucho más allá de lograr una apariencia física determinada. El ideal de belleza también presiona a las mujeres de hoy para que en público sean sensuales, sexys y, en ocasiones, francamente obscenas. Aunque se presenta con mensajes optimistas sobre la libertad de expresión y la libertad femenina, alcanzar esta “libertad” ha resultado, lamentablemente, en que las mujeres se conviertan en meros objetos de placer sexual, despojadas de la dignidad y el honor que Dios les dio. En realidad, esta belleza ilusoria que se nos presenta como ideal se parece poco o nada a la verdadera belleza.
Si bien muchos han oído decir que “la belleza es dolor”, la verdadera belleza no requiere que quien la posee se someta a procedimientos dolorosos o tóxicos para alcanzarla. No requiere que su dueño sea explotado y objetivado para conseguirla. La verdadera belleza abarca mucho más que lograr ciertos rasgos físicos o medidas.
Intentar alcanzar los criterios de belleza de la sociedad deja a quienes la persiguen ansiosos, devaluados y siempre temerosos de perder la carrera por la edad. En cambio, la belleza verdadera y auténtica engendra honor, respeto y serenidad tanto para quien la posee como para quien la contempla. Es más, la verdadera belleza trasciende la edad.
Las Escrituras exhortan a las mujeres a ser discretas, castas y modestas (Tito 2:5; 1 Timoteo 2:9). Muchos podrían sentir que tal exhortación es opresiva para las mujeres, reprimiendo su autoexpresión y sexualidad. Nada podría estar más lejos de la realidad. Más bien, la modestia eleva la capacidad de la mujer para expresar su pleno y auténtico ser, sin verse limitada ni restringida a ser un mero objeto de disfrute sexual. Ser discreta y casta de ninguna manera obstruye su capacidad de expresar la sexualidad que Dios le dio. Más bien, la modestia permite que su sexualidad sea expresada libremente en la segura, no explosiva y desinhibida presencia de un esposo amoroso. De hecho, el ideal bíblico de una mujer hermosa es el estándar que realmente le permite a la mujer alcanzar la máxima expresión de la belleza que Dios le dio.
Es difícil expresar la sensación de encontrar tal belleza tan plena después de estar rodeado y sumergido en falsas, plásticas y antinaturales imitaciones de belleza. Podría ser como disfrutar de una profunda bocanada de aire fresco o sumergirse en un abrazo al final de un día largo y estresante. O la sensación de volver a casa después de una larga ausencia. Es la sensación que quizás se expresa mejor con un sincero, “¡Ah! Así es como debería de ser”. Así es la sensación de encontrarse en presencia de la verdadera, auténtica y noble belleza.
Aún más difícil es intentar describir la sensación de libertad que se siente al dejar de perseguir el ideal de belleza inalcanzable y siempre cambiante de la sociedad a cambio de la belleza pura, modesta y honorable que nos dio Dios. Una vez intercambiados, la diferencia es sorprendente. Una mujer ya no se siente simplemente percibida como un objeto de placer lujurioso, sino que se le trata con dignidad, respeto y admiración.
¡Ojalá cada mujer se liberara de la opresiva carrera de ratas que es la búsqueda del estándar de belleza de la sociedad! Es hora de que dejemos de decirles a las preciosas niñas de hoy en día que son hermosas tal como son, mientras nos maquillamos y nos sometemos a una plétora de procedimientos de embellecimiento en el intento de alcanzar un criterio de belleza inalcanzable. Es hora de que este mundo vea un ejército de mujeres alzarse para demostrar lo que significa ser verdaderamente femenina y hermosa con toda nuestra modesta y virtuosa gloria.