La Belleza De La Invonveniencia

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Desde el principio de los tiempos, la humanidad ha buscado una forma más rápida y cómoda de hacer las cosas. Tenemos una aversión natural a todo lo que sea laborioso o incómodo. La plétora de trucos creativos que se nos han ocurrido son prueba de nuestra búsqueda constante de facilidad y comodidad. A lo largo de la historia, muchos inventos tienen su origen en este deseo de mejorar nuestra existencia de alguna manera.

Quizá ningún otro invento haya hecho nuestra vida más cómoda que la combinación del Internet y dispositivos con pantalla, como el smartphone. Hoy, las bibliotecas mundiales de conocimiento e información están contenidas en nuestro bolsillo. Podemos trabajar desde la comodidad del sofá de nuestra sala. Hacemos negocios, gestionamos nuestras cuentas bancarias, disfrutamos del entretenimiento ocio, vamos de compras e incluso socializamos con nuestros seres queridos–todo ello con sólo mirar una pantalla que cabe en la palma de nuestra mano.

Debido a los rápidos avances tecnológicos, la vida ha cambiado más drásticamente en las últimas décadas que en el lapso de los siglos precedentes. Y mientras que los cambios solían ser más localizados o limitados a demografías específicas, los cambios actuales los trascienden en gran medida y, en cambio, han llegado hasta los rincones más remotos del mundo.

Nadie puede negar que estos avances han hecho nuestra vida notablemente más cómoda. ¿Quién no disfruta navegando por una lista interminable de opciones, comprando nuestras cosas favoritas con un par de movimientos rápidos de los dedos y recibiendo los artículos en la puerta de casa al día siguiente? ¿Cuántos de nosotros preferiríamos volver al correo postal en lugar de poder estar en comunicación constante e instantánea con nuestros seres queridos?

Incluso podríamos argumentar con mucho mérito que estos avances tecnológicos no sólo han hecho nuestras vidas más cómodas, sino que las han mejorado y enriquecido de muchas maneras diferentes. Sin duda, la capacidad de difundir el evangelio a todas las naciones, en cualquier idioma, se ha hecho exponencialmente más fácil gracias al internet. El acceso a información y conocimientos ilimitados nos ha permitido aprender, intentar y lograr cosas que antes no podíamos ni soñar. Gracias a estas tecnologías, tenemos acceso a innumerables oportunidades de hacer el bien y mejorar la vida de nuestros semejantes.     Pero con todos sus beneficios, estas tecnologías también han dotado a la humanidad de insuperables oportunidades para el mal. El daño que estas tecnologías han traído consigo es cada vez más evidente. Y con niños cada vez más pequeños que tienen acceso al internet en sus dispositivos personales, estos efectos son cada vez más pronunciados e irreversibles.

Cada vez son más los expertos que dan la voz de alarma. Nicholas Kardaras plantea varias inquietudes conmovedoras y alarmantes en su libro Glow Kids: How Screen Addiction is Hijacking Our Kids (Brillen niños: Cómo la adicción a las pantallas está secuestrando a nuestros hijos). Él escribe, “Cada vez son más los estudios clínicos que relacionan la tecnología de las pantallas con trastornos psiquiátricos como el TDAH, la adicción, la ansiedad, la depresión, el aumento de la agresividad e incluso la psicosis. Tal vez lo más sorprendente de todo es que estudios recientes de imágenes cerebrales demuestran de forma concluyente que la exposición excesiva a las pantallas puede dañar neurológicamente el desarrollo del cerebro en una persona joven de la misma forma que la adicción a la cocaína”. Cuando uno entiende cómo la adicción reduce físicamente la corteza frontal del cerebro–la parte del cerebro que regula el control de los impulsos–es alarmante pensar en el posible impacto de por vida que esto está teniendo sobre los niños cuyos cerebros aún se están desarrollando.

Un estudio tras otro demuestra que cada vez estamos más deprimidos, ansiosos, suicidas, adictos y solos. También se reconoce cada vez más la conexión de este problema con la tecnología y el internet. No es de extrañar, pues, que los propios creadores de estas tecnologías se muestren cautelosos con su uso. Steve Jobs, el creador del iPad, no permitía que sus hijos lo utilizaran. “No permitimos el iPad en casa. Creemos que es demasiado peligroso para ellos”, admitió. Del mismo modo, Bill Gates mantenía normas estrictas sobre el uso de la tecnología en su casa.

Estas tecnologías, con sus redes sociales e innumerables aplicaciones, tienen una extraña forma de engañarnos haciéndonos creer que vivimos una vida plena, al tiempo que nos roban la esencia misma de lo que hace que la vida sea bella y valga la pena. Nos sentimos como si hubiéramos visto las puestas de sol más impresionantes en la playa, mientras que en realidad nunca salimos de nuestra acogedora cama y nunca llegamos a oler la brisa del mar o saborear el agua salada cuando las olas chocan contra nosotros. Nos sentimos como si hubiéramos compartido una carcajada con alguien simplemente con un emoji sonriente. Podemos ayudar a un amigo en apuros simplemente copiando y pegando una bonita cita. Y nos sentimos como auténticos héroes cuando llevamos un regalo o unas flores en casa de un ser querido. Es fácil publicar fotos editadas de nuestras vidas en las redes sociales y, por un momento, sentimos que nuestras vidas son perfectas.

Pero a pesar de nuestra conexión instantánea y cómoda con la gente a través de las redes sociales y nuestros teléfonos, seguimos sintiendo el anhelo de una conexión profunda. Nos alejamos de los emojis, los “me gusta” y los comentarios, y nos vemos obligados a reconocer que, en realidad, estamos aplastantemente solos. Salimos del aturdimiento virtual en el que nos tenían sumidos las pantallas y nos enfrentamos a la realidad de que nuestras vidas son, de hecho, bastante desordenadas, difíciles, crudas y no sofisticadas.

Lo que hemos olvidado es que ningún emoji de risa puede compensar el vínculo que se crea a partir de la risa conjunta, fuerte y contagiosa en persona. Aunque las flores que nos llegan a la puerta son valiosas, no tienen el valor curativo que sólo puede tener el tacto de un ser querido, la sensación de alguien que nos seca las lágrimas físicamente y nos abraza. Y aunque observar a otros nos haga sentir como si pudiéramos unirnos a sus experiencias desde la comodidad de nuestros hogares de forma gratuita, ninguna observación puede reemplazar la satisfacción y la alegría que proviene de dedicar tiempo a crear nuestras propias experiencias vitales.

De hecho, vivir estas experiencias requiere tiempo, es difícil y laborioso. Y nadie puede negar que las relaciones reales son complicadas y nada fáciles ni convenientes. Pero ¿qué si los aspectos difíciles y laboriosos de la vida son exactamente lo que hace que valga la pena vivirla? ¿Y  qué si los aspectos crudos, incómodos y sacrificados necesarios para forjar esas conexiones profundas con las personas son exactamente lo que hace que valga la pena luchar por las relaciones?

          En nuestra búsqueda perpetua de comodidad y facilidad, es imperativo comprender que más fácil no siempre equivale a mejor. Hay un punto en el que la comodidad y la facilidad dejan de valer la pena. Teniendo en cuenta la belleza, el bien y el bienestar que estas tecnologías nos han robado, podría decirse que ya hemos superado ese punto.

Tal vez sea hora de quitarles a nuestros hijos los smartphones, iPads y computadoras portátiles. O, más bien, tal vez sea hora de que dejemos de lado nuestras pantallas y nos tomemos el tiempo de vivir tan plena y vibrantemente que nuestros hijos prefieran unirse a nosotros para experimentar la vida en toda su hermosamente inconveniente, cruda y no editada gloria.

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