HNA. KARA BRAUN
Ninguno de nosotros se quedará aquí para siempre. No importa qué tan fuertes nos sintamos o cuán llenos de esperanza y vida estemos, sabemos que un día tendremos que dejar esta tierra. Tal vez vivamos unos años más, quizás hasta envejezcamos, pero ¿luego qué? La medicina ha encontrado maneras de extender la vida temporalmente pero tarde o temprano, todos mueren. Entra en un cementerio y contempla las filas de tumbas silenciosas. Lee las fechas en cada lápida e imagina la historia que contiene cada una. Cada individuo que yace ahí una vez estuvo tan vivo como tú y yo. Persona tras persona vino a este mundo. Experimentaron las mismas alegrías y las mismas pruebas que nosotros experimentamos. Ellos soñaron, amaron, trabajaron y sufrieron. Quizás se casaron y formaron una familia, quizás tuvieron éxito en una empresa de negocios o quizás lograron algún oficio en el mundo. Algunos se quedaron menos tiempo y otros más tiempo. Pero cada vida llegó a su fin. Sus días fueron cumplidos, y tuvieron que irse. Lo que habían edificado aquí, lo dejaron atrás para siempre. Tan ciertamente como ellos pasaron, así ciertamente también nosotros tendremos que irnos. Pero, ¿ir a dónde? ¿Qué nos sucederá después de que abandonemos este reino de la existencia mortal?
Dentro de cada persona hay un alma que nunca morirá. Cuando Dios creó al hombre, él formó su cuerpo del polvo de la tierra; pero sopló en él la vida de Su propio ser eterno. La escritura dice “y fue el hombre un alma viviente” (Gn 2:7). Esa alma fue inmortal. Fue destinada a vivir en algún lugar a través de las edades eternas.
Describiendo la muerte de Raquel, la Biblia nos dice que “al salírsele el alma” (Gn 35:18) implicando que se fue a algún lugar. Antes de que Jesús muriera, Le dijo al ladrón que colgaba a Su lado que volverían a encontrarse ese día en el Paraíso. Sin importar lo que los materialistas puedan negar, la Palabra de Dios enseña claramente una existencia consciente después de esta vida.
Nuestras propias conciencias están conscientes de una realidad que existe más allá de la experiencia de nuestros sentidos físicos. Sabemos que hay poderes sobrenaturales que operan sobre nuestro pensar. Tenemos suficientes testimonios de personas que se han encontrado cara a cara con un mundo sobrenatural–una realidad más allá de esta vida. Algunos, antes de dar su último suspiro, han pronunciado descripciones de lo que vieron. En casos excepcionales, las personas realmente murieron y, al ser resucitadas, han descrito abandonar conscientemente sus cuerpos y experimentar cosas en otro lugar que sería imposible de describir o experimentar aquí en la tierra. El apóstol Pablo es un ejemplo bíblico de alguien que fue arrebatado al Paraíso, donde escuchó y fue testigo de cosas que no podía expresar humanamente.
Las escrituras nos enseñan que la eternidad es un lugar donde seremos recompensados por las obras hechas en esta vida. Aquellos que han pecado contra su Creador y no han obtenido perdón serán por siempre separados de Dios y sufrirán Su venganza eterna en el infierno. Pero aquellos que por la sangre de Jesús han tenido sus pecados perdonados, han vivido para Dios en obediencia a Su voluntad, y han mantenido una relación clara con Él, serán recompensados con descanso eterno en la presencia del Señor. “No os engañéis” advirtió el apóstol Pablo, “Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá 6:7). Tan seguro que como la semilla que ponemos hoy en el suelo tendrá una cosecha en los próximos días, así seguramente cada obra que hagamos y cada palabra que digamos ahora tendrá su consecuencia eterna. Las decisiones que a veces tomamos tan descuidadamente tendrán efectos más duraderos de lo que creemos. No es más que una corta vida de siembra. Será una cosecha eterna.
El cielo y el infierno son más reales que esta tierra que conocemos. Pablo habla de cosas vistas ahora por un espejo oscuramente, mas un día cara a cara (1 Co 13:12). La eternidad no es una existencia de ensueño en relación con esta vida, pero esta vida es un sueño en relación con la eternidad. Cuando nos despertemos en ese otro mundo, podremos esperar una conciencia aguda y un sentimiento de estar mucho más vivos de lo que alguna vez estuvimos sobre la tierra. Sin ser impedidos por estos cuerpos de barro, los sentidos de nuestro espíritu serán más agudos y experimentarán más plenamente de lo que es posible en la tierra, ya sea la gloria o el tormento que nos espera.
La eternidad es la parte larga de nuestra existencia. Es ilimitada, no medida por el tiempo. Considera las palabras para siempre–ilimitada, interminable. Cuando la eternidad haya durado incontables edades, sólo habrá comenzado. Nos enfocamos fácilmente en las alegrías y tristezas de esta vida, pero debemos enfocarnos en la vida más allá. El dolor o placer que sentimos aquí es temporal. En su momento más largo, pronto pasará. Lo que nos espera es eterno. Nunca, nunca terminará. El mayor precio que tendríamos que pagar ahora para estar bien con Dios es sólo un pequeño precio a la luz de la eternidad. Esta vida es sólo una preparación; la eternidad es la vida que cuenta.