EXTRACTOS DE THE ELDER BROTHER (EL HERMANO MAYOR)
POR E.P. TENNEY
LA ENSEÑANZA DE JESÚS respecto al avance del reino de Dios, implica un estado de guerra, a fin de que los hombres de buena voluntad estén en paz: “primeramente pura, luego pacífica”. Jesús nunca enseñó que fuera una manera indiferente como se relacionaran los hombres con Él. Debían decidirse estar contra Él, o de Su parte. Jesús se enfrentó al mundo, a la carne y al diablo.
— Dean Stanley—
Con una majestuosa autoafirmación de Sus pretensiones, con gran audacia identificándose con la obra del Padre y Gobernador Moral de la humanidad, Jesús habló con autoridad, con cierta urgencia, con un espíritu agresivo, llevando las cosas a una crisis con respecto a la lealtad u hostilidad personal.
¿Acaso no probó Él a las multitudes con tales doctrinas que muchos Lo abandonaron? Él los tamizó. Los hombres debían estar unidos a Él por la verdad o no estarlo en absoluto. “Venid a mí” dijo, “llevad mi yugo sobre vosotros”. Pero tenían que dejar atrás a las riquezas; Él no permitiría un servicio dividido. “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama”.
La enseñanza de Jesús fue pre-emiinentemente incisiva. Sus llamamientos eran directos, personales, punzantes, prácticos, e invitaban a los hombres a actuar inmediatamente a favor o en contra del reino de Dios.
En una ocasión, Jesús sorprendió a Sus oyentes volviéndose hacia la multitud que le seguía, diciendo bruscamente, “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y esposa, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Este fue Su texto, y los hombres aguzaron el oído para escuchar el breve y conciso sermón o explicación que hizo del texto. Se les dio a entender que este asunto de perseguir en una multitud a un favorito popular, era una cosa muy diferente a asumir la verdadera obra de discípulos. Él no quería tener una multitud vacilante y poco fiable pisándole los talones, cuando deberían estar en la obra de la decisión piadosa y el servicio abnegado.
Y Él terminó Sus observaciones hacia ellos en esa ocasión usando lo que parece haber sido una forma favorita de hablar con Él: “Buena es la sal; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será sazonada? No es útil ni para la tierra, ni para el muladar; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga”. Luego volvió a seguir Su camino.
Estaba decidido a que Sus oyentes hicieran buen uso de sus oídos y oyeran cosas punzantes. Hizo saber a los hombres que le rodeaban a qué atenerse. Si ellos lo seguían, dijo que Él no tendría un hogar en este mundo como el que tenían las zorras. A ningún hombre que pusiera la mano en Su arado se le permitía siquiera mirar como si fuera a retroceder. Quien quiera edificar debe primero contar el costo y hacerlo inteligentemente. El que no estaba dispuesto a renunciar a todo lo que tenía nunca podría llegar a ser discípulo. “Buscad primeramente”, dijo Jesús, “el reino de Dios y su justicia”: Dios primero, y el hombre después; o no hay discípulo.
Cuando Jesús vio que las multitudes se reunían en nombre de la religión, supo que podrían ponerse del lado de los enemigos de Dios cuando surgieran cuestiones de prueba, y que Él tendría a los hombres como Suyos o no Suyos–“Y cualquiera que no trae su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”.
Fue esta predicación personal, cercana y aguda, la que separó de las multitudes sin rumbo a unos cuantos hombres que comenzaron a conquistar el mundo para su Maestro.