“DIOS ME HA HECHO REÍR, y cualquiera que lo oyere, se reirá conmigo”. Génesis 21:6
Éstas son las palabras de Sara, la esposa de Abraham, que acababa de vivir un acontecimiento maravilloso–el nacimiento de Isaac, ¡su hijo! ¡Su nombre significa “risa”! Era de esperar que hubiera muchas risas en el círculo de amigos de Sara, pues la risa es una práctica mutua y contagiosa. ¿Y quién lo estaba haciendo posible? ¡Dios!
De este versículo de la Escritura se desprenden varios principios relativos a la risa: En primer lugar, la risa viene de Dios. Este “don innato”, se manifiesta pronto en la sonrisa de un bebé en las primeras semanas después de nacer, seguida de una risa audible al cabo de unos meses. Sin duda, “la risa es [nuestro] derecho de nacimiento”.
En segundo lugar, Dios crea situaciones que nos hacen reír. Él tiene sentido del humor. ¿Por qué más le habría dado al cachorro esa cola que menea o al mapache esa máscara de detective?1 Dios participa en nuestras alegrías y se complace en nuestro reír.
En tercer lugar, cabe destacar que Dios hace reír incluso a las personas mayores. Mientras que la risa de los niños se produce espontáneamente muchas veces al día, la risa se hace menos frecuente en la edad adulta, cuando las cargas y pruebas de la vida provocan una perspectiva más seria. Los hijos, los nietos, la familia, los amigos–qué diferencia marcan, levantando el corazón de los ancianos con la risa y, posiblemente, añadiendo así unos cuantos años más a su vida.2
Por último, la risa posee un poder de atracción que “une a las personas y fortalece las relaciones”. Ésta es una buena razón por la que no debemos ir por la calle mirando el celular. Sonreír a la gente que nos encontramos puede crear oportunidades para hablar, reír y conectar unos con otros. “La risa es una conexión universal”, explica Y. Smirnoff; “todo el mundo se ríe igual en todos los idiomas”. Es “la distancia más corta entre dos personas”, reflexiona Victory Borge. ¡Qué hermoso!
Pero éste es un mundo sombrío y lúgubre! ¡Cómo podemos reír cuando los poderes de las tinieblas nos amenazan en todos los frentes! Verdaderamente, si no fuera por Dios en Su trono eterno, tendríamos motivos para desesperar. Sin embargo, el Salmo 2 nos anima a recordar que Dios está sentado en los cielos riéndose con burla de los movimientos inútiles y absurdos de los reyes de la tierra, ¡pequeños gusanos como son! Y cuando Dios se ríe, nosotros nos reímos con Él–no por el sufrimiento indecible de la humanidad causado por las “vanas imaginaciones” de los malvados, sino en desafío contra los que quieren nuestra desaparición. Así pues, riamos cuando nos reunamos en alegres celebraciones, cuando nos sentemos alrededor de la mesa, cuando juguemos con nuestros hijos. “Hay una intimidad en la risa a la que ninguna otra cosa puede acercarse” (Eric Mabius). Es más, “la verdadera risa… ¡destruye cualquier sistema de dividir a la gente!” (John Cleese). Ah, podemos combatir las agendas corruptas de la élite con el poderoso eslogan: “¡Sé feliz! ¡Esto les vuelve locos!” ¡pero a nosotros nos hace bien! “El corazón alegre es buena medicina”, dijo el rey Salomón. En verdad, nuestro sistema circulatorio se beneficia, nuestro sistema inmunológico se fortalece, nuestros músculos se relajan, los efectos negativos del estrés se contrarrestan, las calorías se queman, nuestro estado de ánimo se eleva, los buenos sentimientos se promueven–todo por los efectos positivos de la risa.2
¿No tenemos motivos para alegrarnos, para reír? ¿No hemos sido “liberados de la mano de nuestros enemigos, [para servir a Dios] sin temor , en santidad y justicia delante de Él, todos los días de nuestra vida?” (Lucas 1:75) ¿Acaso el Señor no ha “llenado nuestra boca de risa” (Sal. 126:2) cuando revirtió nuestro cautiverio y nos trajo a casa, a Sión, la “ciudad de nuestras fiestas solemnes” (Isa 33:20)? La concordancia de Strong señala que la palabra hebrea para “fiestas” indica, entre otras cosas, “moverse en círculo, por implicación estar mareado; celebrar, danzar, corretear de un lado a otro”. En conjunción con estas definiciones, el apóstol S. Hargrave concluye que, puesto que Cristo vino a cumplir estas fiestas del Antiguo Testamento, nosotros ahora, como iglesia en la nueva dispensación, podemos responder también con júbilo.
Sin duda, la risa pertenece al pueblo de Dios. Para reiterar de nuevo las palabras del apóstol Hargrave: ¿por qué se le ha de permitir al mundo divertirse ahora, y nosotros, los santos, hemos de esperar hasta el cielo? No, esta gran salvación no nos fue dada para entristecernos. ¡Quién querría subirse a nuestro barco, si todos llevamos caras largas! Por cierto, Dios nos dio una sonrisa para lucirla con regularidad, no sólo el día de la foto o en ocasiones especiales. Después de todo, como alguien dijo, “somos Su obra de arte”. La galería del arte de Dios, entre todas las demás, ¡debería despertar la mayor atracción! ¡Que podamos provocar una hermosa cosecha de almas mediante nuestra demostración de la plenitud de alegría de Cristo!
“Para todo hay sazón… tiempo de llorar y tiempo de reír” (Ecl 3:1, 4). En todos los “flujos y reflujos” de la vida, providencialmente permitidos por Dios, no olvidemos que Dios nos ha hecho para reír. Jesús mismo, aunque llamado varón de dolores y experimentado en quebranto, dio testimonio de Su alegría y, sin duda, la expresó mediante la risa, por ejemplo, al tomar a los niños en Sus brazos o al comer y beber en compañía de otros. Tampoco esperaba que Sus discípulos se lamentaran mientras Él, el Esposo, estaba con ellos. Y, ¿no está también con nosotros Emanuel, Dios en la carne a través de la iglesia, principalmente a través de Sus apóstoles y profetas? ¡Él permanecerá con nosotros hasta el fin del mundo! Seguramente, nosotros también podemos exclamar, “¡Dios me ha hecho reír!”
- M. Lucado
- Helpguide.org/mental-health/laughter-is-the-best-medicine