Casi pudiera parecer que la sociedad occidental está considerando la vida humana y el bienestar con una estimación sin precedentes. La ayuda para los enfermos, los sufridos, los depravados y los desprivilegiados nunca ha estado más fácilmente disponible. Humanismo ilustrado vocea para la comodidad de la humanidad, y el mundo occidental en su estado presente es por seguro considerado ser el epítome de la civilización. El barbarismo y sus prácticas han sido barridas en el olvido. El infanticidio y el trabajo infantil son repudiados y estremecen. Las agencias de protección infantil están erizadas con poderes para asegurar la seguridad y el bienestar de aquellos que pudieran ser abusados. Lo que es asombrosamente contradictorio a toda esta aparente humanidad es el hecho de que las naciones que son consideradas como las más avanzadas en desarrollo social y tecnológico, están masacrando millones de niños no nacidos.
Por mérito de Su rol como Creador de todas las cosas, Dios tiene absolutos derechos a Su creación y jurisdicción sobre ella. En oposición a Su divina prerrogativa, hay un sentimiento impregnado de autonomía personal y soberanía que dicta que las mujeres tienen el derecho a determinar el destino de sus cuerpos y el lapso de la vida de sus hijos no nacidos. En realidad, no obstante, cada mujer es responsable ante Dios por su cuerpo y alma. Es más, al decidir sobre la vida y muerte de un niño no nacido, una mujer está tratando con un ser humano inherentemente distinto de su propio cuerpo. De este modo, el aborto de ningún modo es un asunto de la jurisdicción corporal de una mujer.
Bajo la inspiración del Espíritu Santo, David testificó “formidable y maravillosamente me formaste” (Salmo 139:14). Doctores y madres muestran gran y básica audacia al extinguir la vida–vida que es poseída de insuperada inocencia, santidad y dignidad. Verdaderamente, “no hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:18). El hecho que los abortos son legales y frecuentemente financiados por el estado solamente añade a la naturaleza despreciable de este crimen.
Aun un embrión en la etapa más temprana de desarrollo es un ser humano genuino. La Palabra de Dios atribuye una dimensión espiritual a niños en el útero cuando David dice, “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5). La presciencia, el diseño, el amor y el intenso interés que Dios invierte en su creación por nacer, subraya el inmenso valor de estas vidas humanas (Salmo 139:13, 15, 16; Jeremías 1:5).
El apóstol Pablo advirtió de tiempos peligrosos, en los cuales actualmente estamos viviendo. De acuerdo al apóstol, personas en estos tiempos serían “sin afecto natural” (2 Timoteo 3:3). Una ausencia fundamental del sentimiento maternal más natural es manifestada mediante los abortos. Aparte de constituir una intrusión insolente en el derecho de Dios, abortos denotan una frialdad brutal e insensibilidad que trasciende aun el comportamiento animal.
No importa qué tan indeseable o aun qué ilegítima sea la concepción del niño, Dios permanece como el Creador soberano de todo ser humano. Tal como el comentario de Matthew Henry expresa sobre Salmo 139, los padres son meramente los instrumentos de la existencia de un niño, mientras que Dios es el Autor del tal. El niño menos querido es Su obra personal y Su propia posesión sin precio sobre la cual Él derrama amor eterno y afecto ferviente.
El paganismo está experimentando una revitalización dramática, y los millones de abortos que están tomando lugar en las tal llamadas tierras cristianas dan testimonio a este fenómeno. De acuerdo al Alan Guttmacher Institute (AGI) más de un millón de abortos son realizados en los Estados Unidos al año. Madres con múltiples niños en el útero son autorizadas para “escoger” que niño satisface mejor su fantasía pervertida–mientras que el resto de los hermanos están consignados a una muerte deshonrosa y cruel. Es horrendo pensar que actualmente en Canadá los abortos son legales hasta el inicio del trabajo de parto. Según un artículo de la revista Christianity Today en la edición de diciembre del 2012, durante los últimos treinta años Asia está perdiendo una estimación de 163 millones de niñas y mujeres debido a abortos basados en la selección del género. Este número es paralelo al número total de mujeres en los Estados Unidos hoy en día. El dragón pagano no ha perdido su sed por sangre humana, miríadas de inocentes están siendo ofrecidas en su nombre.
Doctores y madres estarán frente a Dios en el día del juicio final con manos ensangrentadas, porque Dios no hace diferencia entre cualquier matanza premeditada y asesinato.
Sea sabido que no escribimos con malicia u hostilidad personal hacia cualquier individuo. La sangre de Jesús es capaz de limpiar de todo homicidio (Salmo 51:4). Sin embargo, el holocausto de los aún no nacidos, sin tener en cuenta su etapa de desarrollo, es absolutamente reprensible y es motivado por espíritus de demonios.