“Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros: Como me envió el Padre, así también yo os envío.” Juan 20:21.
Hemos sido enviados para hacer una urgente obra espiritual. El único propósito de nuestro llamamiento y existencia es la promulgación del evangelio eterno a toda nación, tribu, pueblo y lengua.
Hemos sido enviados por el Señor de la mies y no por nosotros mismos. Por lo tanto, no podemos escoger el campo, periodo de tiempo u otras circunstancias de labor que nos gustarían, sino que hemos dicho con el Hijo de Dios: “He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad.”
Hemos sido enviados a una vida de conflicto. Nuestra meta no es de llevar vidas cómodas, reguladas y “normales,” sino de introducir a nuestros niños desde una edad temprana a la vida de sacrificio que acompaña la lucha para liberar las almas de los hombres de las fuerzas del pecado y religión falsa.
Hemos sido enviados a trabajar en un mundo enloquecido por el placer, y tenemos que procurar no ser afectados por su veneno malicioso de vivir egoístamente. Nos enfrentamos a tiempos peligrosos sin precedentes, a la tendencia de ser tragados por la búsqueda de placer más feroz que nunca antes. ¡Guárdate, oh alma!
Hemos sido enviados, no para ser trabajadores “con fuego de heno” cuyo celo ardiente es pasajero e inútil, sino para ser obreros infatigables que pueden pasar los vaivenes de los sentimientos, y aún mantener un amor ardiente para Dios y una visión arraigada de Su obra.
Hemos sido enviados en un tiempo en el cual debemos orar por sabiduría que va más allá de nuestra edad y experiencia, de modo que ahora podamos ser capaces de eficazmente restaurar almas en el espíritu de mansedumbre.
La crisis actual de campos blancos perdiéndose por madurez exige un envío inmediato de obreros. No hay suficiente tiempo para esperar hasta que los años maduren a los segadores.
Hemos sido enviados como aquellos quienes no luchan por el reconocimiento o respeto humano, sino como aquellos cuya única recompensa es las almas de los hombres y el descanso prometido en el cielo.
Hemos sido enviados como aquellos que con alegría permiten que colaboradores entren a nuestras obras y regocijan con otros segadores que se regocijan al segar la cosecha de nuestro propio arar, sembrar y regar.
Hemos sido enviados para llegar a ser todo para todos y no nos atrevemos de ser tan “norteamericano” o “europeo” que no podamos ganar a aquellos cuya cultura es diferente a la nuestra.
Hemos sido enviados como aquellos que no son tan sensibles y susceptibles para que nuestro trabajo sea constantemente estancado por errores pequeños y malentendidos comunes, sino como aquellos que reconocen el papel crucial que desempeñan al mero fin del mundo. Preferiríamos perecer que no ser encontrado en nuestro lugar de servicio, sabiendo que hemos llegado al reino para un tiempo como éste. En cuanto al tiempo perdido, no tenemos suficiente tiempo con el cual redimirlo, y por lo tanto no podemos permitirnos el costo de trabajo ineficaz debido a la falta de visión y fervor, o quedar cortos al velar y orar.
“Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia. He aquí yo os envío como ovejas en medio de lobos.” Mateo 10:7-8, 16.