El protestante está en un aprieto; él es una contradicción encarnada. Siempre está atrapado en un pozo de lodo que odia, pero también lo ama y resiste a escapar.
Él quiere un carro que funciona. Declara que lo desea con toda su alma–pero que en ninguna manera tenga ruedas. Si tan solo él pudiera tener una casa firme, pero tener un fundamento–¡qué pensamiento maldito! ¡Herejía! En qué trágica maraña se encuentra a sí mismo. Allí se revuelca, hacia delante y hacia atrás en una demostración del desesperado deseo de escapar. Hay alguien que le llama con una conexión que le traería una rápida liberación, pero él parece igualmente desesperado por evitar el llamado. Tal vez debamos concluir que ama su pozo de lodo y saborea la apariencia de buscar liberación mientras odia la idea de realmente encontrarla.
Se retuerce las manos ante la condición de la iglesia hoy en día. Tanta división. Tanta mundanidad. ¿Qué hay que hacer para salvar a nuestra juventud? El mundo parece estar invadiendo la iglesia en una estampida de falsas doctrinas. ¿Cómo terminará esto? ¿Hallará Cristo fe cuando Él venga? ¿No dijo Cristo que las puertas del infierno no prevalecerán? ¿Dónde está la iglesia de Hechos? ¡Ojalá fueran los gloriosos días de Pedro y Pablo! ¡Ruega por un avivamiento!
Mientras tanto, en medio de todos sus problemas, al menos puede alegrarse de haber sido liberado del dominio del hombre. Está muy agradecido de que no haya ningún hombre gobernándolo; ningún hombre entre él y Dios. Se estremece al pensar en tal herejía. Dios nos guarde del anticristo del que advirtió el apóstol Juan. Dios nos guarde de hombres que pretenden el poder de interpretar la voluntad de Dios para el mundo de hoy en día. Luego vuelve a leer las noticias. No está seguro de cómo va a salir todo esto, pero al menos agradece que Elon Musk se haya apoderado de Twitter, y seguramente espera que Donald Trump o Ron DeSantis ganen las próximas elecciones. Puede que salven el mundo. Eso, al menos, ayudaría a aliviar el dolor. Y ahí se sienta y se revuelca. Pobre protestante.
Jesús, hablando a Pedro en Mateo 16:18 declara, “Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Ésta es una promesa de una iglesia victoriosa edificada sobre esta roca. ¿Cuál Roca? Efesios 2:20: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”. Encontramos entonces que Jesús y Pedro son inseparables en este fundamento.
Jesús continúa en el versículo 19 sin cambiar de tema: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo”. Aquí Jesús da las llaves de la autoridad sobre Su reino a Pedro y le da toda libertad de su uso en la palabra, “todo”. El patrón estaba irrevocablemente establecido. Esto era innegablemente una condición para que la iglesia triunfara sobre las puertas del infierno. Jesús sabía que al dejar esta tierra, la iglesia no triunfaría si las llaves se iban con Él.
El protestante niega rotundamente la validez de este patrón más allá del primer siglo, mientras busca resultados como los del primer siglo. Él profesa desear los resultados de Efesios 4:12-14–la reunión en la unidad de la fe, etc., mientras ignora el orden previo y las condiciones dadas para tales resultados en el versículo 11, “Y Él mismo dio a unos, apóstoles.” “Oh, no”, dice el protestante, “yo creo en los apóstoles, pero sólo en los muertos”. Creyendo que es suficiente edificar su casa sobre apóstoles muertos, espera por algún capricho de la magia alcanzar un árbol vivo sobre un tronco muerto. Éste es el dilema del protestante. Está atrapado para siempre jugando a recoger palos de las recientes tormentas que derribaron su casa y me parece que le gusta, porque se niega a edificar sobre la roca.