¡Qué desperdicio!

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¡Qué desperdicio!

HNA. ELFIE TOVSTIGA

“¡Qué desperdicio!” es el clamor indignante evocado por el despilfarro descuidado e innecesario de bienes, dinero y recursos naturales. Es un clamor justificado, porque el desperdicio, por definición, es una “pérdida voluntaria”, y la mentalidad detrás de esta filosofía de “tirar” es una que hace daño. Pero, por lo menos el desperdicio de estos recursos valiosos terminará de este lado de la eternidad. Hay otro desperdicio, el mayor desperdicio en todo el mundo, un desperdicio que alcanza hasta la eternidad: ¡Es el desperdicio de un alma! Ahora, si alguna vez hubiera una causa por indignación justa, ¡que sea por la pérdida desperdiciable de multitudes de almas!

    “La cosa más inútil en todo el universo de Dios es que algún pecador perezca” (Talmage). ¿¡Perecer! cuando Dios dio a Su hijo unigénito para derramar Su sangre para que el mundo sea salvo? Aún así almas perecen en números sorprendentes. ¡Qué desperdicio, que por todo el mundo la muerte por suicidio arrebata a un millón de almas anualmente!¹ ¡Qué desperdicio que por esa epidemia, no pocos padres son privados de sus hijos! Según las noticias NPR, el suicidio es la segunda mayor causa de muerte en jóvenes, entre las edades de diez y veinticuatro años. ¡Qué desperdicio de almas que legítimamente le pertenecen a Dios!

    Luego existe la tragedia de los no nacidos, que son tomados y echados fuera con los platos y vasos desechables. ¡Qué desperdicio! (¡Afortunadamente sus almas están en el paraíso con Jesús!) Pero ¡qué un clamor de venganza se levante en protesta contra la destrucción y explotación de nuestros hijos y jóvenes causada por una sociedad humanista que está determinada de despreciar las leyes de Dios!

    Visita los hospitales y los asilos de ancianos. Considera las condiciones atrofiadas de los ancianos, quienes han desperdiciado toda una vida de salud y vigor en búsquedas egoístas, y ahora, superados por la fragilidad y la enfermedad, se han hundido en un estado demente o sedado, haciendo que el arrepentimiento sea imposible. ¡Qué desperdicio, no solamente robarle a Dios una vida de servicio, pero también una multitud de almas con las cuales Él quería pasar la eternidad! Y qué desperdicio robarle al mundo ejemplos piadosos de madurez y sabiduría que sólo la edad puede ofrecer. Qué triste cuando hombres y mujeres mayores cubren la belleza de las canas, disfrutan de placeres sensuales y adoptan un comportamiento vergonzoso, todo en un intento desesperado de permanecer para siempre jóvenes. ¡Esto también es un desperdicio!

    A continuación, considera a los sabios según el mundo. Empantanados con teorías evolutivas y preguntas necias, “que siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad”. Lo que ha sido “revelado a los niños” ha sido escondido de estos “sabios y entendidos” eruditos. Entonces, ¿de dónde viene el hombre? Los científicos lo supieran muy pronto, si sólo hicieran caso a la amonestación una vez dada a los ciegos espirituales: En vez de que el hombre pregunte de dónde viene, debería preguntar a dónde va. ¡Una visión de su rápido acercamiento al tribunal de Cristo y de su aparición ante Aquel que creó todas las cosas, respondería rápidamente su pregunta de dónde viene, y muchas otras preguntas más! Estén seguros pues, ustedes sabios según el mundo que rechazan la luz de Dios, que ustedes también tendrán que dar cuentas de sus vidas desperdiciadas y sus almas desperdiciadas.

    No son mejores los que profesan la religión. Ellos son los que claman “Señor, Señor,” imaginándose en camino al cielo, mas no hacen la voluntad del Padre. No “tiemblan a Su Palabra”. No Le aman con una pasión. No hay corazón ni calor en su experiencia. No son aptos para el cielo, porque el cielo es un lugar de intensa espiritualidad. Al final, los que pasean tranquilamente con el cristianismo nominal oirán a Cristo decirles, “Nunca os conocí; apartaos de mi, obradores de maldad”. ¡Qué desperdicio de oraciones que oraron e himnos que cantaron! Más aún, ¡qué inestimable desperdicio de almas!

    Por último, ¿cómo piensan poder escapar este clamor los predicadores modernos? Motivados por ambiciones egoístas, desperdician la Palabra eterna predicando otro evangelio–un evangelio impotente, lisonjeado y que le guiña al pecado–haciendo mercadería de las almas y engañando a las multitudes. (Todo esto, mientras el dinero entra.) ¡Ay de estos ministros y ay de aquellos que confían en ellos! El castigo de “eterna perdición excluidos de la presencia del Señor” les espera. ¡Qué desperdicio!

    Querido lector, ¿Es éste el clamor indignante de tu presente existencia? ¿Has permitido que tu alma y tu vida sean desperdiciadas en búsquedas pecaminosas y egoístas? He aquí, hay una “fuente abierta… para el pecado y la inmundicia”. Hay perdón y liberación por medio de la sangre de Jesús. Hay un plan perfecto de salvación “para sanar a los quebrantados de corazón, dar gloria en lugar de ceniza, gozo en lugar del luto, alegría en lugar del espíritu angustiado”. ¡Tú puedes ser salvo perpetuamente! El clamor, “¡Qué desperdicio!” puede ser transformado en un grito de júbilo, “¡Qué redención!”. Oh, que aún ahora, todo el mundo–cada hombre, mujer y niño–clamara a Aquél que dijo, “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra: porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22).

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