Y vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo. Mas Él respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Hará buen tiempo, porque el cielo tiene arreboles.Y por la mañana: Hoy habrá tempestad, porque el cielo tiene arreboles y está nublado. ¡Hipócritas! que sabéis discernir la faz del cielo; ¿Mas las señales de los tiempos no podéis? La generación perversa y adúltera demanda señal; mas señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue. Mateo 16:1-4
¡Qué milagro! –vivir en un tiempo de abundantes señales, y pedir más! ¡Qué inexplicable locura ir a la Señal y pedirle señales! Jesús había venido después de cientos de años de gran silencio, había coincidido perfectamente con las muchas profecías dadas de cómo vendría el Mesías, había sido anunciado y reconocido por Su precursor Juan, y continuaba, por medio de Su ministerio, cumpliendo línea tras línea la Escritura.
Los fariseos y saduceos mencionados aquí eran hombres cuyas vidas enteras fueron dedicadas a estudiar las Escrituras, pero, aún con eso a un lado, el valor nominal de las acciones de Cristo era suficiente para demostrar plenamente Su origen y misión celestial. Cada vez que un leproso fue limpiado, un cojo caminaba, se abría un ojo ciego, un hombre muerto era levantado–todo lo que Jesús tocó fue una señal clara e inequívoca. El mismo predicador del cielo en medio de ellos, a nivel de sus ojos, hablando su idioma–cada vez que Él abría Su boca, escuchaban palabras divinas de sabiduría e instrucción, y persistían en pedir una señal del cielo. ¡Eso verdaderamente era malvado y adúltero!
Es un constante punto ciego entre la raza humana que condena los errores de las generaciones pasadas y a la misma vez comete neciamente los mismos errores. Cada vez que consideramos o leemos sobre personas como aquellas que rechazaron la advertencia de Noé, o como los Israelitas reincidentes y su rechazo a los santos profetas de Dios, o como, en este acontecimiento, la generación que ignoraba al Mesías del mundo, meneamos nuestras cabezas y nos maravillamos de su suprema ignorancia y extraña ceguera.
¿Acaso es tan extraño? ¿Acaso somos más conscientes de las señales que nuestros predecesores? Y si somos más conscientes, ¿somos más responsivos?
Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su venida? Porque desde que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como estaban desde el principio de la creación.
2 Pedro 3:3-4
No, amigos, no estamos libres de esta maldición de burlarse de la señal. En realidad, nunca ha habido un tiempo de tantos burladores, y de burlas tan flagrantes, como ahora. Nuestra sociedad, con todo su gran intelecto, entendimiento superior, más alto nivel de aprendizaje, soluciones brillantes, y cualquier otro miserable avance humanista del que presumimos, es fatalmente ciega a las señales más básicas del tiempo. ¡Qué vergüenza eterna que nosotros en la última era–una era de mayor importancia, en un sentido real, que el tiempo de Jesucristo–con la experiencia acumulada de las edades para advertirnos y guiarnos, teniendo más que ganar o perder, deberíamos caer en la misma malvada categoría adúltera!
Leemos escrituras como 2 Timoteo 3 donde el apóstol Pablo profetiza la condición exacta de la humanidad en los últimos “tiempos peligrosos”, y podemos pasar por la lista y marcar sin duda alguna cada recuadro. O podemos ir a Mateo 24 donde compara el último tiempo con los días de Noé, y luego comparar nuestra sociedad con la descripción de esa generación en Génesis 6:5, “La maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. ¡Ciertamente pudiéramos remarcar ese verso como el que describe al 2019, y respaldarlo con miles de notas al pie! Algunos de nosotros incluso entendemos el Apocalipsis y la carga del ángel de la séptima trompeta de que “el tiempo no sería más”.
Y en un sentido, podemos darnos cuenta del tiempo aún sin un profundo entendimiento bíblico. Así como las señales en el tiempo de Jesús eran evidentes para cualquier corazón honesto, así podemos mirar a nuestro alrededor al mundo de hoy y sentir, sin duda, la inminente Segunda Venida de Cristo. Al parecer, cada titular de noticias es una advertencia; todo el dolor en nuestro mundo, la suciedad, la decepción, el egoísmo, la injusticia, la nueva legislación acomodando nuevos pecados, los gobiernos activamente luchando contra Dios–todo apunta a un solo posible resultado. No nos atrevamos a ser culpables de tal maldad como para demandar una señal cuando éstas aparecen a nuestro alrededor todos los días.
Entonces amigos, ¿qué estamos haciendo con las señales de nuestro tiempo? ¿Cuál es nuestra reacción? Satanás ha reaccionado al entendimiento de que su tiempo es corto, y su carga más grande es asegurarse de que nosotros no reaccionemos. Él nos ataca a cada uno de nosotros con las mismas dudas, el mismo egoísmo, la misma miopía que fue la destrucción de las generaciones anteriores. La tentación, demasiadas veces exitosa, es que cómodamente nos relajemos en el estilo de vida de “comer, beber, casarse” que parece ser tan legítimo, pero que ahogó multitudes en el diluvio.
Muchos de nosotros nunca pretendemos dudar, pero podemos engañarnos a nosotros mismos en posponerlo, como ese siervo malvado que dijo en su corazón, “Mi señor tarda en venir”. Ésta es una de las condiciones más peligrosas en la cual estar, consolarse a uno mismo creyendo que el fin está cerca, pero no manifestando ninguna prueba en sus acciones.
No tomes la demora del Señor como una licencia para vivir sin cuidado. Este mismo pasaje nos dice claramente que es sólo Su paciencia lo que se interpone entre nosotros y el Último Día (2 Pedro 3:9). Parece ser aquí que la visión del autor es que Dios está listo, anhelando volver, pero soportando solamente porque no quiere que ninguno perezca. Su paciencia es grande. En los días de Noé Él le dio al hombre 120 años, pero está seguro que, el Señor no tarda Su promesa. Aquel día vendrá, la infalible Sagrada Escritura nos asegura, y también se nos dice, otra vez como en el tiempo de la predicación de Noé, que la mayoría tomará la misma decisión absolutamente necia y eternamente trascendental–de rechazar todas las advertencias y ofertas de liberación.
Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¿cómo no debéis vosotros de conduciros en santa y piadosa manera de vivir? Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, siendo encendidos, serán deshechos, y los elementos siendo quemados, se fundirán. Pero nosotros esperamos según su promesa, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia que seáis hallados de Él en paz, sin mácula y sin reprensión.
2 Pedro 3: 11-14
La pregunta es, en la luz de todo esto, “¿cómo debéis vosotros de conduciros?” Si realmente estamos esperando y apresurándonos para la venida de aquel Día, nuestras vidas reflejarán esta creencia. Pecador, si esperas evadir el castigo inevitable de los burladores, tu único objetivo tiene que ser arrepentirte y ser salvo. Tienes que buscar la salvación con la urgencia que sólo un entendimiento de la brevedad del tiempo traerá.
A los santos, qué vergüenza si predicamos este mensaje y no lo vivimos nosotros mismos. De hecho, la única esperanza de que el mundo preste atención al mensaje depende de que primero nos pongamos bajo la carga y vivamos ante ellos. ¿Cómo podemos vivir vidas lentas, lujosas y egoístas, y esperar que los pecadores teman el Juicio? Nuestra santa conversación y piedad tienen que hacer parar de golpe sus burlas malvadas. Nuestras vidas diligentes e irreprensibles tienen que ser en sí mismas una señal innegable al mundo endurecido.
¿Ves tú las señales, o eres malvado y adúltero? ¿Eres un burlador, o serás hallado de Él en paz?
HNO. ABRAHAM WIEBE