Maternidad: una gran vocación

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Maternidad

–una gran vocación

Hna. Kara Braun

 

¿Estoy malgastando mi tiempo? ¿No fui creada para hacer cosas más grandes? Quizá esta pregunta se ha presentado en algún momento en la mente de cualquier madre, especialmente en una sociedad que no mira el lavar trastes, cambiar pañales, peinar, tallar ropa o criar niños como logros notables. El trabajo de una madre consume mucho tiempo, es emocionalmente exigente, aún a veces agotador; y la tendencia humana es dejar que un poco de cansancio eclipse el alto honor y las ricas recompensas de ser una madre. En un mundo de valores cambiantes, donde la vida es guiada constantemente hacia el placer y la conveniencia, y donde el papel de crianza no se estima como antes, es crucial que no subestimemos la sagrada responsabilidad de la maternidad. Las mujeres que voluntariamente escogen no ser madres en el hogar, seguramente no están conscientes de cuánto se pierden. Y–¡ay!– la mayoría están peligrosamente inconscientes de los problemas más serios que están en juego en una sociedad que trata de no tomar en cuenta a las madres.

Dios hizo a las mujeres para que fueran madres. Su plan para la humanidad era una estructura hogareña en la cual las madres tienen la sagrada posición de dar a luz y criar a los niños. Para cualificarlas para esta responsabilidad, Él puso en la mujer la habilidad natural de dar a luz y el deseo natural de cuidar a los niños. Incluso aquellas que no se consideran a sí mismas como amantes de niños probablemente jugaron con muñecas cuando eran niñas. ¿Por qué? Porque en lo profundo de su interior, había una necesidad emocional que se expresaba por sí misma para cuidar a otra criatura. Cada mujer, ya sea que esté en una circunstancia para ser bendecida con hijos biológicos o no, encuentra que su corazón se extiende para hacer una diferencia para algún compañero humano, y se da cuenta de un sentido de satisfacción en este enlace de cuidado. No puede haber un papel más satisfactorio para una mujer que el papel de ama de casa y madre.

La maternidad es una vocación noble. Ningún oficio en la tierra requiere más habilidad o devoción que el moldear el alma humana, y las madres tienen la oportunidad crucial de formar a estas almas con anticipación en su estado más incorrupto y más impresionable. El primer maestro de un niño es su madre. Ella forma su concepto de Dios y de lo que es aceptable delante de Dios. En gran medida, ella lo prepara para el éxito o para la destrucción y lo pone en una senda que llegará o al cielo o al infierno. Cada palabra o acción de una madre graba una impresión en el corazón y en la mente del niño, formando sus convicciones, sus reacciones, sus lealtades y sus valores. Ni tampoco está limitada la influencia de una madre a su propio hogar, sino que pasa a través de sus hijos para tocar otras vidas y generaciones.

La maternidad es un gozo y satisfacción. Ninguna carrera de negocios se pudiera comparar con el placer de oír la risa de los niños o de compartir sus descrubimientos e ideas. ¿Qué es más gozoso que mirar como un niño crece–maravillándose de cada paso nuevo en el desarrollo de su mente, cuerpo y espíritu? ¿Qué es más satisfactorio que verlo reaccionar a la crianza correcta y llegar a ser un individuo confiado y temeroso de Dios, con convicciones fuertes y una influencia sana entre sus compañeros?

La sociedad ha ejercido presión sobre las mujeres de hoy en día para que intercambien el gozo de la maternidad por una carrera. Aunque muchas mujeres todavía tienen hijos, su tiempo y su energía están tan divididos entre el hogar y el trabajo que no logran disfrutar plenamente de sus hijos de la manera que Dios quiso que lo hicieran. Cuando una mujer intenta criar a los niños y tener una carrera al mismo tiempo, dos cosas suceden. Primero, ella se pierde de la mejor parte de la vida de sus hijos. No es de extrañar que no los puede disfrutar porque simplemente no tiene tiempo. Ella nunca está con ellos cuando están en su mejor tiempo–siempre está fuera en el trabajo. Segundo, cansa sus nervios de modo que no puede funcionar en su mejor capacidad cuando está en casa con sus hijos. La tensión aumenta, los niños reaccionan con estrés y la paz del hogar se deteriora. La madre mira a los niños como un problema, cuando en realidad la carrera es el problema. Si tal madre renunciara a su trabajo, lo más probable es que se hallaría a sí misma como una mujer más feliz y a sus hijos mejor comportados y más seguros emocionalmente.

Las mujeres que evitan tener hijos porque no quieren perder su identidad no se dan cuenta de que están perdiendo su identidad dada por Dios con el hecho de no tener hijos. Los niños en verdad cambian a una mujer–¡pero solamente es un cambio positivo! Si una mujer pierde su independencia al tener hijos, ella encuentra verdadera independencia en la capacidad de negarse a sí misma. Si los niños la “rebajan” en ciertas maneras, ciertamente la hacen más inteligente en otras. ¿Quién sabe cómo gestionar tres cosas a la vez y tener oídos y ojos en todas partes? ¡Una madre! ¿Quién puede mirar adentro de la mente y el corazón de un niño y saber qué está pasando allí sin que le digan? ¡Una madre! Ni tampoco hay nada degradante en tener una figura materna. Es mejor ver las pérdidas de la maternidad como ganancias. La maternidad sí viene con sacrificios, pero ¡vale la pena cada sacrificio involucrado! De hecho, el éxito en cualquier área normalmente se gana en proporción a las dificultades vencidas, y nada que vale la pena puede lograrse sin sacrificio. Si las mujeres se pueden sacrificar por sus carreras, ¿por qué no por sus hijos?

Hay un elemento en la sociedad que está trabajando para romper el afecto natural. La gente está siendo empujada para lograr riqueza material, admiración y posición social tanto que ha olvidado cómo valorarse el uno al otro. ¿De dónde hemos sacado la idea de que el éxito en el mundo de los negocios es un logro más grande que moldear a un niño? ¿Quién dice que los logros intelectuales son más honorables que el consolar y cuidar a los débiles? ¿Qué no se encuentra autoestima en hacer felices a los demás? El enemigo sabe que la humanidad junta se levanta o junta se cae, y que en la medida en que puede aislar a los humanos unos de otros o corromper sus relaciones, les ha dado un fuerte golpe como individuos. Así que él idealiza la independencia. Enseña autoimagen. y autoenfoque. Él destruye los enlaces humanos más cercanos y trata de hacer que la gente piense que su problema es el uno con el otro. ¿En dónde terminará este patrón? Si él tiene éxito en destruir el enlace entre madre e hijo, ¿qué otro enlace queda? Si las personas dejan de valorar a los niños “inconvenientes”, ¿cuánto tiempo durará antes que dejen de valorar a los adultos “inconvenientes”?

Si la sociedad no toma en cuenta a las madres, la humanidad se destruirá sola. Alguien tiene que ser una madre, y las madres deciden quiénes formarán la próxima generación de personas. Con buena razón se ha dicho que el quebrantamiento y la esclavitud de la mente de una raza comienza con sus madres. Cuando la mente de una madre es corrompida, la mente de su hijo se corrompe. Cuando una madre está confundida, el niño crece confundido. Saca a las madres del hogar, y los niños serán  presa vulnerable de libre acceso. Desensibiliza a las madres del peligro, y la puerta se abre de par en par para que el ladrón robe, hurte y destruya. Nuestros niños se convierten en el blanco a una edad más temprana y con más fuerza mortal de lo que quizá comprendemos. Como madres, somos una de sus líneas de defensa más estratégicas. ¡Tomemos ánimo, estemos en el trabajo y luchemos contra la agenda del enemigo–por causa de nuestros propios hijos, y por causa de todo el mundo!

Dios está del lado de las madres santas. Cuando la carga se hace pesada, Él dará fuerza y sabiduría mientras esperamos en Él.

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